lunes, 7 de septiembre de 2009

No me llamen cerdo...




Ok, esta no es muy colorida, pero igual me gusta xD

1 comentario:

Anónimo dijo...

DEVANEO SOBRE LA MUERTE Y EL PALADAR

A los cerdos no le molesta comer lo que dejan los demás. Si fueran libres, limpiarían la inmundicia del mundo en una semana. ¡Oh Sus scrofa domestica! ¡Reparador del Desastre! ¡Sanador de la Tierra!

¿Recuerdan que cuando somos bebés queremos conocer el mundo con la punta de la lengua? La ansiedad de los cerdos por probarlo todo con la boca me recuerda esas etapas.

La insípida vida y la sazón de la muerte.

¿Se imaginan poder comer cualquier cosa, como los cerdos? Adiós hambre, adiós crisis.

No es una mala idea embadurnar a los políticos con grasa de pollo rostizado, y luego ponerlos en un chiquero lleno de cerdos hambrientos de 80 kilos.

Es diferente quedar con tu chava para hacer marranadas que hacerle una marranada a alguien, o a mucha gente.

Un caso:

Don Arturo, enfermero militar, compró un lechón con el propósito de engordarlo, guisarlo en carnitas y venderlo. Tras meses en los que el cerdo tuvo la peor dieta posible -basura, desechos de hospital, perros y pollos en descomposición, desperdicios de comida acedos y mierda, aguas negras para bajarlo al estómago-, el animal creció hasta que tuvo el suficiente peso para el sacrificio.

Don Arturo nos invitó a matar el marrano. Fuimos muy temprano. Tardamos media hora en atraparlo, porque luchó como jabalí en la selva antes de amarrarle las patas y encajarle hasta el fondo del pecho un cuchillo que mordió su corazón y lo dividió. Recordar este episodio refuerza mi idea de por qué me atrae la sangre.

Al descuartizarlo, vimos las burbujas que sobresalían de la parte interior de su piel. Hasta donde sabía, el animal estaba enfermo del mal conocido como tomatillo.

El enfermero simplemente apartó con otro cuchillo más pequeño y filoso las áreas con granillos y siguió su tarea.

Llevó la mayor parte, ya convertida en kilos de suculentas carnitas, al hospital donde trabajaba, cerca de su casa. Lo de suculentas lo sé porque, a pesar de ver el estado de salud del animal, no resistí el antojo de probar. Además, debo admitirlo, he sido tragón desde muy pequeño, al grado de comer cosas descompuestas o animales enfermos, como fue el caso.

Los tres hijos de don Arturo se encariñaron con la mascota. Lloraron al saber que esa mañana el almuerzo había sido El Chato.

Se desató una epidemia de enfermedades gastrointestinales a las 12 horas de venderse el último plato. Esto pasa a cada minuto en América Latina.

No sé cuántos virus y bacterias se decantaron 10 meses en el cuerpo de El Chato, pero las hizo más tóxicas. Como el cerdo, genéticamente, es muy parecido a los humanos, supongo que los entes celulares se acostumbraron a vivir tanto en los intestinos humanos como en los animales.

Los pequeños Miguel, Arturo y Damián acompañaron a El Chato dos meses después, sudorosos, delirantes, enloquecidos. A pesar de la fiebre de 45 grados que padecía, don Arturo se empecinó en tenerlos en las camas sesenta días. En su mente, 20 años como enfermero eran suficientes para atenderlos. Una semana después de su fracaso, fue con ellos.

¿Cómo algo tan apetitoso, y al mismo tiempo digno de abrazo, puede hacer semejante mal? Los humanos y su curiosidad manipuladora.

¡Oh Chato, Bomba de Priones, eres el Dios de la Vida, el Amor y la Muerte!

Aunque no sabía cuándo se presentaría Taenia solium –mejor conocida como La Solitaria-, o de qué manera, yo la esperaba. Cogito cuáles túneles sanguíneos transitó para llegar a mi cerebro.

La tornadiza neurocisticercosis se manifiesta, esplendorosa, mediante el sopor llovedizo que me acompaña desde esos años. Mis guardias, Praziquantel y Albendazol, no pudieron defenderme.

Siento cómo La Solitaria envenena mi cuerpo, lo aisla, lo mete en su pecho. Todos pensamos que no hay soledad más profunda que la propia, pero quizás no haya peor soledad que ésta. Junta todas las soledades, ninguna es suficiente cuando quieres estar realmente solo.
Taenia se diluye entre mis neuronas y se las come con sus colmillos de cerdo.

Escribo esto entre mis episodios de epilepsia y locura.